La toma de conciencia es un proceso accesible en todo momento. Al focalizarnos en ella entramos en el presente, lo que incluye, paradójicamente, el torrente de nuestras programaciones pasadas. Cada toma de conciencia amplía nuestro conocernos, establece conexiones, enriqueciendo nuestras experiencias actuales y dotándoles de perspectiva. A continuación ilustramos esto con un caso de los Polsters:
"Al iniciarse la sesión, Tom advirtió la rigidez de sus mandíbulas; a partir de ello, y en varias etapas sucesivas, pasó a hablar con menos afectación y luego a recuperar algunos recuerdos de la infancia. Tom, pastor protestante, se sentía incapaz de pronunciar las palabras como hubiera querido. Hablaba entrecortadamente, con una vocecita aguda de timbre metálico, que hacía pensar en un frágil robot. Observé en su mandíbula un ángulo raro y le pregunté qué sentía allí. Dijo que la sentía apretada. Le pedí entonces que exagerara los movimientos de la mandíbula y de los labios. Esto lo cohibió mucho y al describir lo que experimentaba tomó conciencia, primero, de un sentimiento de terquedad y luego de una resistencia obstinada. Recordó que sus padres vivían machacándole que hablara con claridad, y que él a menudo se empecinaba en no hacerlo.
Al llegar a este punto se dio cuenta de que tenía un nudo en la garganta. Estaba hablando con esfuerzo muscular, forzando la voz en vez de apoyarla en el movimiento respiratorio. Le pedí que diera más aliento a su elocución y le mostré la forma de coordinar la respiración con el habla usando un poco más de aire y procurando sentirlo como una fuente de apoyo. Aún así, su coordinación fue tan defectuosa que casi rayaba en tartamudeo. Cuando le pregunté si alguna vez tartamudeo pareció sobresaltarse, tomó conciencia de sus trastornos de coordinación, y recordó algo olvidado hasta entonces: que en realidad había tartamudeado hasta los seis o siete años. Entonces revivió una escena ocurrida cuando tenía tres o cuatro años: su madre, que le hablaba por teléfono desde algún lugar distante, le preguntaba qué quería que le llevara. Él trató de decir: "Ice cream" (un helado), pero ella le entendió: "I scream" (yo grito), y creyendo que le estaba gritando a su hermano, se puso furiosa. Enseguida Tom se acordó de otra escena. Su madre estaba en el cuarto de baño, y a él le parecía oírla reír. De pronto se dio cuenta de que la supuesta risa no era tal, sino un llanto histérico. Ahora recordaba vívidamente su atroz sentimiento de incongruencia... Mientras contaba la historia tomó conciencia, además, de la confusión que había sentido por ambos errores: el de su madre , al entenderlo mal; el suyo, al entender mal a su madre. Recobradas esas antiguas sensaciones, su elocución se hizo más fluida, se le ablandó la mandíbula y se sintió aliviado y renovado". (p. 202)
Esto me ha hecho recordar a Moisés, en la versión que era tartamudo. Claro, llevaba encima tremendas contradicciones: ¿soy egipcio o judío? ¿quién es mi padre? ¿por qué me abandonó mi madre? ¿cuál es el secreto?
Referencias:
Polster, E. y Polster, M. (1976). Terapia Guestáltica. Bs. As., Amorrortu, p. 201s