sábado, 26 de mayo de 2018

Terapia de Grupo en un Hospital Psiquiátrico

No establecemos casi una diferencia fundamental entre terapia de grupo con "normales" y con psiquiátricos hospitalizados; la teoría, los métodos y las técnicas son básicamente las mismas; puede ser que nuestra actitud sea simplemente más directiva con el fin de aportar la seguridad necesaria.

Acompañamos sin temor a la persona, en sus miedos, delirios o alucinaciones, con el fin de quitarles dramátismo. También proponemos una amplificación del sentimiento, sea cual sea: cólera, angustia, dolor, etc., pero en un clima general de profunda seguridad y materialmente en un encuadre protegido.

No dudamos en hacer representar su locura al paciente, caricaturizándola si es necesario. Se trata, en suma, de exorcisarla y domesticarla mostrándola, hablando, hablando de ella, haciéndola hablar, por turno, más que temerla o tratar en vano de reprimirla o de esconderla.

Con los psicóticos alternamos con frecuencia, en ida y vuelta, el trabajo en lo imaginario (a través del juego dramático, del dibujo, de la creatividad, de las metáforas verbales) y la confrontación con la situación real actual: relación con el o los terapeutas así como eventualmente con los miembros del grupo.

Insistimos mucho en las fronteras, fronteras corporales y fronteras sociales (las prohibiciones, tales como los pasajes al acto violentos), buscando definir mejor los territorios y los límites, ampliarlos sin abolirlos. Desde esta óptica, precisamos los lugares y los tiempos de trabajo y buscamos explícitamente con cada uno la mejor distancia en este instante, y probamos diferentes posiciones corporales entre nosotros, en la inmovilidad frente a frente, en la complicidad, de lado a lado, en el movimiento o en el contacto prudente, dejando el máximo de iniciativa al psicótico, que vive con frecuencia en la angustia de la violación de su burbuja espacial de protección.

Escena de "Atrapado sin salida", con Jack Nicholson
El trabajo corporal ocupa un lugar amplio en nuestro estilo; señalamos las tensiones, bloqueos, movimientos abortados, la amplitud de los gestos y de la respiración; trabajamos mucho sobre la voz, para volverla más viva, expresiva, habitada; proponemos ejercicios sensoriales de anclaje al piso, de enraizamiento, de equilibrio, de orientación, de reunificación del cuerpo dividido, así como una domesticación del contacto, individualmente, de dos en dos o en pequeños grupos, con frecuencia sobe el fondo musical que asegura un reparo suplementario.

Nosotros intervenimos frecuentemente para volver a centrar a la persona, evitando que se disperse tratando de seguir varias pistas a la vez, y lo empujamos cada vez, a escoger y tomar decisiones lo más responsablemente posible.

Permitimos la regresión (en un clima cálido de seguridad), pero también la agresión (en un marco protegido y desdramatizado).

A fin de cuentas no hacemos más que aprovechar las técnicas tradicionales pero esto en un clima relacional específico.

Citando al psicoanalista  P. C. Racamier, acerca del abordaje a psicóticos (y también válido en general):

El analista no esconde su identidad, lo que es, lo que siente (...). Así, si en general la "ausencia" es una virtud analítica, aquí lo es la "presencia".
(...) Reconoce francamente sus errores y defectos, dice si se equivocó, da explicaciones si llega tarde, se excusa si le faltó poner atención (...). En efecto, la sinceridad aparece como una de las exigencias naturales y fundamentales de la psicoterapia analítica de la psicosis (...): El analista está personal y humanamente comprometido e implicado; si lo quiere o no, tiene alguien a cargo (...). El analista es más activo y más cálido que de costumbre. Por otro lado, le corresponde mantener los límites con firmeza (...). Debe casi siempre abandonar la consigna del silencio espectador y también el rigor de los horarios; responde a las preguntas que se le hacen (...)
La actitud psicoterapéutica será la del maternaje. En un segundo momento será el sostén de tipo paternal. Un buen padre defiende. Defiende en el doble sentido de la palabra, es decir, tanto del mundo exterior como de sí mismo.
La "Realización simbólica" (Séchehaye) es una psicoterapia que se dirige directamente a las necesidades, a las frustraciones que el paciente ha tenido en su primera infancia, para colmarlas y satisfacerlas en el plan presimbólico mágico y concreto.
Es importante comprender que, en el período de maternaje, el paciente para nada es llamado a revivir experiencias pasadas; la experiencia que vive durante las sesiones son válidas en sí mismas como una primera vez (...). No se trata de una relación transferencial. El psicótico, de hecho, vive en una situación para él actual y atemporal.

Condensado de:
Ginger, S.  Ginger A. (1993). La Gestalt. Una terapia de contacto. México: Manual Moderno, p. 267ss

viernes, 25 de mayo de 2018

Explorar la relación madre-hijo

El ejercicio propuesto consiste en recortar tres formas en papeles de colores: una para sí, otra para su hijo, una para su madre, y representar, pegándolo, el lugar respectivo de estos personajes:

Primer cuadro: antes del nacimiento.
Segundo cuadro: después del nacimiento del niño.

He aquí el pegado de Jeanne:


En el primer cuadro encontramos formas concéntricas. Jeanne incluye a su hijo en ella misma y ella misma se incluye en su madre (Jeanne acababa de dar a luz hacía una semana). En el segundo cuadro, el niño está yuxtapuesto a ella misma, quien está todavía incluida en su madre, excepto en el lugar de la brecha abierta por el niño.

Cuando Jeanne comenta su producción, está muy consciente de haber traído su hijo al mundo: "Ahora ya salió, ya no forma parte de mí, él es él mismo". Pero ella no está absolutamente consciente de su propia relación confluente con su madre (fallecida hace más o menos un año).

Terapeuta: Y tú, ¿saliste de tu madre?
Jeanne (sorprendida de constatar su propio lugar en su dibujo): ¡No! Yo ¿sigo estando todavía en mi madre?
Ella reflexiona. El señalamiento de la terapeuta provoca un insight en ella.
T: Para tu hijo el paso del nacimiento lo hace salir de su madre, pero en ti ¿qué pasó?
J: Mi madre era autoritaria. Yo no podía escapármele, ella controlaba todo. Yo era la hija mayor. Ella era quien mandaba a mi padre.
T: Mira tu segundo dibujo ¿Cuál es tu forma de escapar de tu madre?
J: ¡Ah, sí! ¡Es el niño! Mi madre ya no me rodea más allí donde está el niño. La única forma de escapar era teniendo a mi vez un niño. es por eso que me casé.

Esta toma de conciencia permitirá abordar otro trabajo sobre la relación entre la muerte de la madre y el momento de la concepción de este nuevo niño, en plena depresión nerviosa que siguió al deceso.

Tomado de:
Ginger, S.  Ginger A. (1993). La Gestalt. Una terapia de contacto. México: Manual Moderno, p. 267

miércoles, 23 de mayo de 2018

Caso: Katia juega al bebé

[El siguiente caso es un buen ejemplo de como, ante la dificultad de recibir colaboración de los padres, se puede acompañar a un niño a manejar situaciones adversas. Quizá su medio no varíe mucho, pero la niña o el niño habrán desarrollado fortalezas que le ayudarán a lidiar con ello.]

Katia tiene siete años cuando empieza una serie de sesiones semanales, de las cuales algunas son en presencia de su madre.

Katia presenta un importante retraso general tanto en su estatura como en su peso, en lo psicomotor y lo verbal. Es pasiva y "apagada". Muchos hematomas dejan suponer una carencia de cuidados, o hasta de malos tratos.

La madre no formula ninguna demanda terapéutica; la calma y la pasividad de su hija le convienen de maravilla y se ha hecho a la idea de que es "débil como su padre" y que "es hereditario y no molesto".



Katia dibuja siempre a dos personajes: una mamá y un niño. Le propongo interpretarlos. Ella quiere tomar el papel de la mamá, yo hago entonces el bebé. Ella me regaña y me pega, gritando que soy insoportable. Cuando detenemos el juego, le explico que no es gracioso para un bebé no poder defenderse, ser tan poco acariciado o nutrido y con tanta frecuencia regañado o golpeado. Poco a poco, en el curso de las sesiones sucesivas, Katia esboza un comportamiento más maternal, el cual yo propicio por mis ruegos de bebé. Se vuelve más evidente que ya no quiere ser la mamá, sino el mismo bebé.

En las semanas que siguen, se efectúa un lento ascenso: Katia se instala cada vez más en la edad del bebé que desea interpretar. Ella "aprende" a caminar a cuatro patas, después parada; "aprende" a hablar, aplicándose primero a deformar las palabras y después poco apoco, a pronunciarlas bien.

Para limitar los fenómenos de transferencia, estoy atento para subrayar el límite entre nuestra relación real y nuestros papeles para "trabajar". Por ejemplo, en el curso de las sesiones de maternaje, me pongo una especie de delantal que es mi disfraz de mamá. Yo lo retiro al final del juego para retomar mi relación de acompañamiento en el aquí y ahora. (...) Este ir y venir deliberado entre la fantasía y la realidad es aprovechado como una dinámica de progreso.

Tomado de:
Ginger, S. & Ginger, A. (1993). La Gestalt. Una terapia de contacto. México: Manual Moderno, p. 261.