miércoles, 1 de noviembre de 2017

dios hecho a nuestra imagen y semejanza

"Dios" es una palabra que etimológicamente significa Luz. Curiosamente en nuestra tradición judeocristiana al Absoluto comúnmente se le denomina así, pero la intención de los escritores bíblicos fue resaltar que ese Ser era innombrable, y se le aludía con cuatro consonantes, puesto que no se le puede limitar dentro de un nombre. Cuando Moisés preguntó por su nombre recibió por respuesta: "Yo Soy el que Soy"

El Ser Supremo es Uno y Múltiple, lo que es otra manera de decir que no lo podemos encasillar como una persona individual, está más allá de nuestras consideraciones humanas. Por ello se le menciona como Elohim, palabra plural, que significa literalmente "dioses", pero que es usada junto con un verbo en singular. Por ejemplo: Elohim creó el cielo y la tierra.

Elohim dijo: hágase la Luz... ¿Podría traducirse como: La divinidad dijo: hágase el Dios (Luz)?

La Divinidad, innombrable e inefable, crea, de esta manera, un reflejo de sí misma, encasillable dentro de los parámetros humanos. Comer del Árbol del bien y del mal (la emergencia del ser humano como tal, con capacidad de raciocinio, y la subsecuente desconexión con su naturaleza básica) sería la metáfora de la entrada a la dualidad: Luz y tinieblas, Dios y Diablo. Pero existe una oportunidad: Recuperar el acceso al Árbol de la Vida: la Unidad, el mundo de Elohim. Y esto se logra al trascender el Ego y entrar en el estado crístico, donde ya no es necesaria la Luz (Dios), porque todo está iluminado por la Divinidad (cfr. Apocalipsis 22).



El Demiurgo es el dios que los seres humanos hemos creado a nuestra imagen y semejanza. Hay demiurgos vulgares y demiurgos elevados, algunos comparten su divinidad con otros dioses, otros son únicos.

El Demiurgo es la proyección del Ego (Jung), que quiere perpetuarse, mandar, reinar. Más allá de él está la chispa que todos compartimos con Lo Único, el que Es, inefable e innombrable.

Assagioli señala, en referencia a personas significativas, pero igual puede ser válido en relación a los demiurgos:

Existe una introyección por la cual se reviven en nosotros las cualidades de los seres grandes, sin darnos cuenta de ello. Pero junto a esta asimilación inconsciente puede existir una imitación consciente y querida, emprendida con todas las fuerzas propias, para llegar a poseer las cualidades admiradas en los grandes. Es oportuno reconocer y utilizar este beneficio que brinda a los hombres el culto de los héroes, la imitación espontánea y la consciente y activa.
Sin embargo, también hay peligros. El primero es el de quedarse abrumados, deslumbrados por la grandeza de los héroes del espíritu. La luz del Espíritu también puede cegar a quien la contempla. Recuérdese la admirable alegoría de la caverna en La República de Platón. En esta forma pueden desarrollarse el fanatismo y la idolatría.
El segundo peligro es la proyección sin introyección. Se admiran las cualidades de otro ser sin tratar de vivirlas, personalmente. Es decir, se lleva el propio centro al ser admirado y así uno se queda "fuera de sí". La grandeza de un gran hombre no debe abrumarnos de esta manera y es culpa nuestra si sucede así porque, como dice muy bien Emerson: "El verdadero genio no puede empobrecer sino liberar".
Un tercer peligro es la imitación mecánica y formal. Esto ha sucedido muchas veces en la literatura y en la política. Se trata de un remedo externo, exagerado, de algunas características de determinada personalidad, hasta hacer su caricatura.
¿Cómo evitar esto? Es preciso distinguir bien el espíritu de la forma, de la manifestación particular en la que se ha expresado y limitado. Después, no hay que olvidar que nuestra imagen de un ser grande es una mezcla variable de realidad y de idealización. Por otra parte, debemos distinguir el mensaje espiritual y la personalidad del hombre. Porque ésta es un intermediario, un instrumento de algo más extenso y más elevado. No es la persona concreta, sino el Espíritu mismo en sus atributos de belleza, bondad, energía, sabiduría y amor, los que debemos venerar en el gran hombre. El Espíritu queda siempre limitado en sus manifestaciones personales. No deben imitarse éstas, sino remontarse hasta Él. Hay que distinguir, repito, el mensaje espiritual de su intermediario humano. Hay que amar la llama, no la lámpara. (p. 82)
En Psicología y Alquimia, Jung reflexiona sobre la actitud religiosa de algunas corrientes modernistas que separan al hombre de Dios al concebirlo como "un sujeto de atribuciones". Esa actitud tiende a fijar ideales como "imitar a Cristo", robándole así al hombre su misteriosa relación con lo sagrado que lleva dentro. Es un proyectar todo lo "bueno" en la figura de Dios o algún ideal y todo lo malo en la remota figura del Demonio (el anti-ideal). La psique pierde así la emoción de su interioridad sacral, congelando la religión a formalidades y mandatos. (Miguens, p. 110)

Ya dijo Jesús, quien llegó a ser un Cristo: "En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre." (Jn. 14, 12)

Referencias:
Assagioli, R. (1980, 1966). Psicosíntesis, armonía de la vida. México D. F.: Diana.
Hoeller, S. (1982). Jung Gnóstico y los siete sermones a los muertos. Barcelona: Sirio.
Miguens, M. (1993). Gestalt Transpersonal. Buenos Aires: Era Naciente.