viernes, 29 de enero de 2016

Caso: No tengo respaldo

A Beatrice le costaba tornar contacto con los restantes integrantes de su grupo. Comenzaba frases que no completaba, y que dejaban a los otros en la duda de lo que habría tratado de decir. No querían herirla, pero tampoco podían sentir mayor interés por ella, tan insustancial les parecía. En una de las primeras sesiones, mientras exploraba su sensibilidad corporal, Beatrice había advertido con sorpresa que no sentía la nuca. En realidad, solo experimentaba las sensaciones procedentes de su parte anterior, de la fachada. Tenía conciencia de su cara y de lo que sentía en el pecho, pero ninguna percepción de la espalda.


Le pedí que se sentara en el suelo, enfrente de Todd, y conversara con él, dándole un empujón cada vez que le dijera algo. Pronto se vio que en cada ocasión frenaba la embestida en algún punto entre el hombro y el codo. Les indiqué a los dos que se pusieran de pie y continuaran charlando y empujándose. Beatrice volvió a empujar a Todd, pero ahora solo con la punta de los dedos. Le dije que debía emplear toda la fuerza de su cuerpo. Entonces aplicó las palmas de las manos y presionó más fuertemente. Le pedí que mirara a Todd mientras empujaba, para asegurarse de que lo hacía con el vigor suficiente para provocar en él algún movimiento. Finalmente empezó a poner en contacto todo el cuerpo y no solo la parte delantera. Asentó más firmemente los talones en el suelo, bajó la cabeza y utilizó la espalda, los riñones y la parte inferior del tronco. En este punto amagó un retroceso con la pelvis, y le indiqué que la pusiera en actividad también.

Al cabo de unos minutos de intercambio atlético advirtió, corno ya lo habíamos advertido todos, que estaba sintiendo su espalda por primera vez. En ese momento su fisonomía cambió notablemente. Desapareció la sonrisa característica que la fijaba en una expresión de credulidad infantil, y quedó en su lugar una cara de mujer, sin expresión predeterminada, que podía ponerse alegre o triste. En vez de una mera fachada, el grupo pudo sentir una sustancialidad nueva: la de una mujer capaz de «respaldar» lo que dijera.

Extraído de:
Polster, M y Polster, E. (1974). Terapia Guestáltica. Bs. As.: Amorrortu, p. 118s