lunes, 25 de enero de 2016

Darse permiso para "enloquecer"

Miriam y Erving Polster
"Anne, enterada de las magníficas experiencias que otros pacientes alcanzaban en su terapia y ella no obtenía, sospechó un favoritismo injusto de mi parte y se puso furiosa. En plena rabieta, se las tomó con todo lo que tenía a mano: hizo añicos mi reloj, volteó lámparas y ceniceros y me golpeó en la cara. Tuve que reducirla por la fuerza, para evitar daños ulteriores al consultorio y a mí mismo. Cuando quedó fuera de combate, estaba blanca de histeria, extenuada y en estado de shock. La palmeé una y otra vez hasta que le volvieron los colores y pudo verme de nuevo. Entonces la tomé de la mano y le propuse que ordenáramos juntos el consultorio. Esta posibilidad de acercarse a mí y reparar las consecuencias de su berrinche le produjo un sensible alivio. Después que la habitación quedó arreglada, consiguió sonreír, reapareció su vivacidad y se retiró. Al día siguiente llamó por teléfono: dijo que repondría el reloj, y que la experiencia de la víspera había sido tan valiosa para ella, que no podría pagarla ni con un millón de dólares. Renuncié al pago en dinero y acepté el reloj. Episodios semejantes van más allá de las técnicas y hacen que el terapeuta se sienta parte activa en los acontecimientos.

Claro está que no todos los episodios de contacto alcanzan tal intensidad, ni comportan accidentes tan dramáticos y penosos... (p. 167)"

Hasta que se descubra que los estallidos, de rabia, llanto o tontería, tienen un proceso y un término, y que ceden también ante otros importantes aspectos de la existencia, la persona no puede asentarse en su autodominio. El apoyo que requiere la exploración de las minilocuras puede llegar de:

  1. La seguridad de contar con que el terapeuta u otra persona estarán a mano en caso de emergencia.
  2. La expectativa y la garantía de que el movimiento hacia la experiencia previamente inasimilable -impensable también- será gradual, y se irá ajustando a las necesidades individuales. El paciente necesita saber que la expansión de su frontera del yo no lo expondrá a ningún riesgo irreparable, y que en cualquier momento encontrará vías de emergencia para una posible retirada. Si hemos propuesto una acción terapéutica y excede la capacidad del consultante, proponemos algo de menor intensidad, que le ayuda a ampliar su rango de acción a su ritmo y capacidad.
  3. Saber que no se tendrá que hacer nada que no se  quiera hacer. En este caso, el terapeuta puede insistir en lo que considera necesario, pero no desde la imposición sino desde el tomar en cuenta la necesidad implícita, y tomar caminos alternos, lo que requiere una indagación desapasionada. Véase otro caso citado por los Polster:
"Le pedimos a un hombre que se imagine a su madre sentada en la silla que tiene enfrente y le hable. Él se niega: dice que no le gusta la ficción. Le preguntamos sus objeciones. Contesta que cuando era chico sus tres hermanas jugaban continuamente a las representaciones y lo arrastraban a intervenir en sus juegos. Un día, víspera de Todos los Santos, se disfrazaron las tres y lo persuadieron de que se ponga un vestido de baile de señorita. Sus amigos lo vieron con esa indumentaria y de ahí en más las bromas y burlas que llovían sobre él le hicieron la vida imposible. Interrogado sobre lo que siente en ese momento al contar la historia, el hombre dice que resurge su viejo rencor contra todas las personas implicadas en el incidente: sus hermanas, los muchachos  que se rieron de él, y también su madre, por haber consentido que ocurriera semejante cosa. Bueno, aquí tenemos una variante nueva. Estamos hablando con un sujeto auténticamente estimulado, no con un paciente que se resiste a un ejercicio artificioso o -peor aún- que quizá habría acabado por efectuarlo a regañadientes. Ahora nos afirma su indignación real. Ha desenterrado lo que antes era una corriente subrepticia y oculta, y con esto la restauración de su autoapoyo es tan relevante, como si hubiera cumplido la tarea de hablar con su madre imaginaria." (p. 194ss)

Referencias:
Polster, E. y Polster, M. (1974). Terapia guestáltica. Bs. As.: Amorrortu, p. 167