"El ejemplo siguiente demuestra que las sensaciones pueden revivir, mejor que las palabras, un hecho pasado que sigue ejerciendo influencia.
Joan, viuda desde hacía unos diez años, había hablado a menudo de su relación entrañable con su marido, sin dar nunca una impresión convincente de la profundidad de la experiencia común. En el curso de una sesión, a través de una serie gradual de tomas de conciencia, experimentó sensaciones de hormigueo en la lengua, ardor en los párpados, tensión en los hombros y en la espalda, y luego cierta humedad alrededor de los ojos. Respiró hondo y sintió que estaba a punto de romper a llorar. Había una sensación de lágrimas en sus ojos, y en la garganta, una especie de obstrucción que no pudo describir.
Después de una larga pausa, empezó a percibir un escozor en el que concentró la atención con cierto detenimiento. Al aparecer cada sensación nueva se hundía en un silencio y una concentración interior cada vez más prolongados, de modo que estas intermitencias frecuentemente duraban unos minutos. Cuando el silencio se asocia a una concentración focalizada, el efecto conjunto es la intensificación de las sensaciones. Joan empezó pronto a sentir una comezón difusa. Le costó aguantarla sin rascarse, pero lo consiguió. Por un momento casi le hizo gracia la sorprendente rapidez con que se propagaban sus sensaciones de prurito; después volvió a sentirse frustrada y triste, como si fuera a llorar. Aludió a una irritante experiencia que había sufrido la noche anterior en casa de sus padres, donde no se había atrevido a dejar traslucir su molestia. Enseguida tuvo la sensación de un bulto que la atragantaba, y tras un período de concentración en este fenómeno, aparecieron fuertes palpitaciones en el pecho. Su corazón empezó a latir aceleradamente, provocándole una grave ansiedad. Verbalizó los retumbos sordos -pum, pum, pum ... - y advirtió un dolor agudo en la espalda, a la altura de los pulmones, Se detuvo largo rato para concentrarse en el dolor, y al fin dijo con bastante esfuerzo: «Ahora me acuerdo de la noche espantosa en que mi marido sufrió el primer infarto». A esto siguió otra pausa más bien larga en la que pareció muy tensa y absorta. Finalmente dijo a media voz que tenía conciencia de estar reviviendo el sufrimiento, la angustia y la experiencia total de aquella noche, y en este punto se entregó a un llanto profundamente sentido.
Cuando acabó de llorar alzó los ojos y comentó: «Supongo que todavía lo echo de menos». Desaparecidas las vaguedades anteriores, pudo trasmitir, en esta forma llana y directa, la gravedad y la autenticidad de su relación con su marido. La trasformación de la superficialidad convencional en hondura se operó, evidentemente, en virtud de la intensificación progresiva de la sensación. Poco a poco, a través de la concentración y la creciente conciencia de sí misma, Joan se fue dejando llevar por sus propias sensaciones, que en definitiva le iluminaron el camino mejor que sus ideas y explicaciones."
Joan, viuda desde hacía unos diez años, había hablado a menudo de su relación entrañable con su marido, sin dar nunca una impresión convincente de la profundidad de la experiencia común. En el curso de una sesión, a través de una serie gradual de tomas de conciencia, experimentó sensaciones de hormigueo en la lengua, ardor en los párpados, tensión en los hombros y en la espalda, y luego cierta humedad alrededor de los ojos. Respiró hondo y sintió que estaba a punto de romper a llorar. Había una sensación de lágrimas en sus ojos, y en la garganta, una especie de obstrucción que no pudo describir.
Después de una larga pausa, empezó a percibir un escozor en el que concentró la atención con cierto detenimiento. Al aparecer cada sensación nueva se hundía en un silencio y una concentración interior cada vez más prolongados, de modo que estas intermitencias frecuentemente duraban unos minutos. Cuando el silencio se asocia a una concentración focalizada, el efecto conjunto es la intensificación de las sensaciones. Joan empezó pronto a sentir una comezón difusa. Le costó aguantarla sin rascarse, pero lo consiguió. Por un momento casi le hizo gracia la sorprendente rapidez con que se propagaban sus sensaciones de prurito; después volvió a sentirse frustrada y triste, como si fuera a llorar. Aludió a una irritante experiencia que había sufrido la noche anterior en casa de sus padres, donde no se había atrevido a dejar traslucir su molestia. Enseguida tuvo la sensación de un bulto que la atragantaba, y tras un período de concentración en este fenómeno, aparecieron fuertes palpitaciones en el pecho. Su corazón empezó a latir aceleradamente, provocándole una grave ansiedad. Verbalizó los retumbos sordos -pum, pum, pum ... - y advirtió un dolor agudo en la espalda, a la altura de los pulmones, Se detuvo largo rato para concentrarse en el dolor, y al fin dijo con bastante esfuerzo: «Ahora me acuerdo de la noche espantosa en que mi marido sufrió el primer infarto». A esto siguió otra pausa más bien larga en la que pareció muy tensa y absorta. Finalmente dijo a media voz que tenía conciencia de estar reviviendo el sufrimiento, la angustia y la experiencia total de aquella noche, y en este punto se entregó a un llanto profundamente sentido.
Cuando acabó de llorar alzó los ojos y comentó: «Supongo que todavía lo echo de menos». Desaparecidas las vaguedades anteriores, pudo trasmitir, en esta forma llana y directa, la gravedad y la autenticidad de su relación con su marido. La trasformación de la superficialidad convencional en hondura se operó, evidentemente, en virtud de la intensificación progresiva de la sensación. Poco a poco, a través de la concentración y la creciente conciencia de sí misma, Joan se fue dejando llevar por sus propias sensaciones, que en definitiva le iluminaron el camino mejor que sus ideas y explicaciones."
Extraído de:
Polster, M y Polster, E. (1974). Terapia Guestáltica. Bs. As.: Amorrortu, p. 210s