La retroflexión es la función por la que el sujeto vuelve contra sí mismo lo que querría hacerle a otro, o se hace a sí mismo lo que querría que otro le hiciera... [En este último caso Sylvia Croker le denomina Proflexión, según refiere Ginger*]
Supongamos que el niño crece en una familia que, sin ser decididamente hostil, se muestra impermeable e insensible a sus naturales manejos. Cuando llora, no encuentra un regazo donde acurrucarse; los halagos y las caricias se le regatean más aún. Pronto aprende a consolarse y mimarse a sí mismo, y a pedir poco a los demás. Más adelante se procura los mejores alimentos y los prepara amorosamente. Se compra ropa fina. Se regala un auto de suspensión perfecta. Se rodea sólo de lo más exquisito, y lo selecciona con el mayor cuidado. En todo este amor que vuelca sobre sí sigue latiendo el introyecto genérico: "Mis padres no me prestarán ninguna atención". Lo que no se ha permitido descubrir es que eso no significa: "Nadie me prestará atención"; y, manteniendo acríticamente la premisa originaria, se ve obligado a responder: "Por lo tanto, tengo que atenderme por mi cuenta".
Quizá resuelva retroflexionar también sobre sí los impulsos -tiernos u hostiles- que inicialmente debieron estar dirigidos hacia alguna otra persona. Rabietas, golpes, mordiscos o gritos fueron permanentemente anulados. Resurge, pues, el introyecto básico: "No debo enojarme con ellos", en torno al cual se erigió la defensa retroflexiva. Y vuelve la cólera contra sí mismo.
(...)
La retroflexión no se vuelve caracterológica mientras no se convierte en un paralización crónica de las energías que se contraponen dentro del individuo. Solo entonces la suspensión de la actividad espontánea -suspensión saludable y prudente mientras fue temporaria-se petrifica en helada resignación. Se pierde así el ritmo natural entre la espontaneidad y la autoobservación, y el hombre queda interiormente dividido en fuerzas que lo inhiben.
(...)
El chico que se prohíbe llorar porque así lo exige la convivencia con padres que lo prohíben no tiene por qué prolongar ese sacrificio más allá de los años en que está en contacto con ellos. El mayor escollo para vivir bien es que en vez de mantener al día las posibilidades vigentes se conserva estampada para siempre en el trasero la marca de experiencias que sólo fueron temporarias, y que tal vez ni siquiera pasaron de meros errores de percepción o intuición. Tal vez el individuo creyó que tenía que sofocar su llanto, cuando en realidad nunca estuvo obligado a hacerlo... Y de todos modos, fuese acertada o errónea la decisión inicial, no tiene por qué hacerlo ahora.
(...)
La observación del comportamiento físico del sujeto es un medio para identificar dónde se está librando la batalla. Así, el examen de las actitudes, gestos o ademanes permite ver la lucha por el control de su cuerpo. Supongamos que un hombre le cuenta a una mujer un acontecimiento muy triste de su vida, y mientras habla observa que ella se va encogiendo en su sillón, con los brazos fuertemente enlazados alrededor de sí mismo. El se detiene entonces, porque siente que cada palabra que dice la hace retraerse más, dejándolo aislado y solo en su pesar. Pero la experiencia de la mujer es muy diferente. Profundamente conmovida, siente, sin embargo, que cualquier cosa que hiciera sería una intromisión. Su actitud expresa tanto la necesidad de abrazar como la necesidad de contenerse. Se sujeta para no abrazarlo. Su impulso básico de simpatía ha dado origen a una fuerza muscular de signo contrario, que intenta mantener ese impulso bajo control... La mujer aplica toda su energía a paralizar el impulso que la asusta.
Quizá el campo de batalla de otra persona esté centrado en la prohibición de hacer comentarios mordaces, hirientes, injuriosos, o de cualquier otra manera hostiles. Se observará su control en la tensión y rigidez de la mandíbula inmóvil, en guardia contra la expresión de cólera [o el morderse los labios]. Una mujer que cruza apretadamente las piernas puede estar experimentando un meneo provocativo. Otra tal vez se toquetea la nuca para no acariciar la nuca de alguien. La gente gasta una cantidad muy grande de energía en estas actividades de contención.
(...)
La prohibición del tacto, hondamente introyectada, lo ha convertido en policía de sí mismo. Se sienta tieso en su silla, y cuando toca su cuerpo -por ejemplo, al secarse después de darse un baño- lo hace de la manera más expeditiva posible. Se previene contra cualquier fácil concesión al contacto, hasta entre sus propios sí mismos desavenidos. No sólo no se roza con nadie: para él no hay roce admisible en el mundo, ni siquiera consigo mismo.
De ahí que cuando se trata de deshacer el proceso retroflexivo, una etapa inicial de relajación de la musculatura, o aflojamiento del sistema de acción, puede mover al sujeto hacia sí mismo y no hacia los otros... [Por ejemplo] para recobrar su sexualidad plena, quizá necesite aprender primero a masturbarse bien. Cuando descubra la forma de hacerlo con placer, estará en vías de logar una experiencia sexual compartida.
(...)
Los brazos tiesos, los puños crispados, las mandíbulas apretadas, el tórax o la pelvis inmóviles, los talones pesadamente apoyados en el suelo, el rechinar de dientes, el fruncir el entrecejo en forma crónica: todas estas experiencias musculares de autocontrol se inician en el niño como un control dificultoso y consciente. "No diré palabrotas", "no tocaré la piel suave e incitante de mi madre"... Todas estas cosas empiezan como controles conscientes. El niño tentado por el deseo de tocar lo prohibido mira el objeto y se ejercita en decirse: "No, no, no" a sí mismo, como si fuera su propio padre. Más adelante este "No" queda incrustado y olvidado, y se da por sentada la tensión resultante. Olvidado sí, pero no escondido.
(...)
Lo que se necesita para deshacer la retroflexión es volver a la autoconciencia que acompañó sus comienzos. El sujeto debe darse clara cuenta, una vez más, de sus formas de sentarse, de abrazar, de rechinar los dientes, etc. Cuando sepa lo que está pasando en su interior, su energía movilizada podrá buscar salida en la fantasía o en la acción. Podrá imaginar en qué regazo le gustaría sentarse, a quién querría aplastar en una toma de luchador y a quién estrechar en un tierno abrazo, a quién le gustaría mordisquear y a quién morder.
[Dice Perls: "Las retroflexiones más importantes son: odio dirigido contra uno mismo, narcisismo y autocontrol (pues la mayoría de las personas entienden por autocontrol la represión de necesidades espontáneas). Naturalmente, la autodestrucción es la más peligrosa de todas las retroflexiones. Su hermano menor es la tendencia a reprimir (la represión es opresión retroflexionada)... Difícilmente he encontrado a alguien que no sintiera que la anulación de la retroflexión iba contra sus principios". De Casso explicita que toda retroflexión tiene su origen en algún introyecto.]
[A decir de Ginger, la culpabilidad sería, una retroflexión (p. 158). Por esto, en terapia debe impedirse que el consultante se eche la culpa, y en su lugar acompañarlo a identificar quien es el verdadero objeto de sus impulsos. Por otro lado, ¿Podríamos decir, entonces, que la retroflexión es el proceso subyacente en las enfermedades autoinmunes?]
Extracto de:
Polster, E. y Polster, M. (1974). Terapia Guestáltica. Bs. A.: Amorrortu., pp. 89-94
___________________________
Otras referencias:
De Casso, P. (2003). Gestalt, terapia de autenticidad. Barcelona: Kairós, p. 105.
Ginger, S. y Ginger, A. (1993). La Gestalt. México D. F.: Manual Moderno.
Perls, F. (1975, 1942). Yo, hambre y agresión. México: F.C.E., p. 289, 288.