El amor y las creencias
Para vivir vidas largas, saludables y plenas, debemos sanar las
creencias limitantes que forman el núcleo de nuestras heridas más profundas.
Una de esas creencias limitantes gira en torno al amor. A continuación hay tres
preguntas aparentemente sencillas, que requieren tu mayor honestidad y respeto
por ti mismo. Te invito a responder lo siguiente:
¿ESTAS AMANDO PLENAMENTE?
¿Te resulta
difícil empezar por amarte a ti mismo? S N
¿Te parece
inseguro compartir tu amor con los demás plenamente y sin miedo? S N
¿Las relaciones
que invitas a tu vida hacen que te sientas vacío y que busques más? S N
El modo de responder estas
preguntas te ayuda a identificar cualquier cosa que se interponga entre tú y tu
experiencia más plena del amor vivificante. Si la respuesta a cualquiera de las
respuestas anteriores es “sí”, entonces ¿qué probabilidades hay de que el
dolor, la decepción, el sufrimiento y la traición que has experimentado en la
vida surjan de las creencias inconscientes que se reflejan en tus experiencias
conscientes?
La creencia matriz
Una creencia muy sutil puede explicar porqué al menos una vez has
contestado que sí. Es “La Gran Pregunta”, que subyace a toda tu existencia y a
sus manifestaciones (amor, economía, salud, relaciones, etc.):
¿Crees que hay una
única fuente de todo lo que ocurre en el mundo,
o crees que hay dos
fuentes opuestas y enfrentadas –el bien y el mal-?,
una a la que le
“gustas” y otra a la que no le gustas.
Todo comienza con esta simple pregunta. Tu respuesta a la Gran Pregunta forma la plantilla de tu vida. Si
crees que hay dos fuerzas separadas en el mundo, con dos modos de expresión
diferentes, siempre verás las cosas que te ocurran en la vida a través de esas
polaridades y de esa separación.
Por ejemplo, si vemos la fuerza de la “luz” como un amigo que nos
quiere y sólo desea lo mejor para nosotros, y creemos que la “oscuridad” no se
preocupa por nosotros y quiere que caigamos en conductas autodestructivas, el
mundo empieza a parecerse a un campo de batalla. Y cuando el mundo se convierte
en un campo de batalla, nuestra vida se convierte en la batalla.
¿Tiene sentido seguir participando en una batalla continua entre la
luz y la oscuridad viendo a una como amiga y a la otra como enemiga? ¿O tiene
más sentido reconocer que ambas son necesarias, y de hecho son un requisito para que exista
nuestro mundo tridimensional de electrones y protones, día y noche, masculino y
femenino, vida y muerte? Y, esta integración, quizá sea lo que algunos llaman “acceder
a la cuarta dimensión”.