Se consideran cuatro estilos en
la forma de educar:
1. Estilo
Autoritario. Existen abundantes normas y se exige obediencia estricta. Los
padres manifiestan altos niveles de control y exigencias de madurez y bajos
niveles de comunicación y afecto explícito. Los padres creen en la restricción
de la autonomía del hijo y hacen hincapié en el valor de la obediencia a la
autoridad. Por tanto, los hijos, si bien tienden a ser obedientes, ordenados y
poco agresivos, también suelen ser tímidos y poco tenaces a la hora de
perseguir metas. Este estilo se puede manifestar como:
a)
Disciplina
dura. En relación con la frecuencia en que los padres pierden la paciencia
con sus hijos, les gritan, abofetean, golpean con algún objeto y/o les dicen
que se vayan de casa o cierran la puerta dejándolos fuera de la misma.
b)
Comportamiento
hostil. Estilo de control sobre los hijos que se manifiesta de forma
general en la vida cotidiana, utilizando el refuerzo negativo, que se expresa
por amenazas o acciones de retiro de afecto o de gratificaciones: “eres un
chico malo, no te quiero”, “vete a tu cuarto” (mejor dicho: “no quiero verte”),
“haz sacado 19 no te mereces el premio” (o mejor dicho: “si no eres perfecto no
vales”).
2. Estilo
Permisivo. Se caracteriza por el afecto y la ausencia total de
restricciones. Son padres bajos en control y exigencias de madurez pero altos
en comunicación y afecto.
·
Disciplina
incoherente. Se refiere a la frecuencia en que los padres se dan por
vencidos cuando les piden a los hijos que hagan algo; permiten que eviten un
correctivo que habían decidido; el correctivo depende del estado de ánimo de
los padres y la frecuencia con la que, ante un mismo hecho, unas veces les
castigan y otras no.
Los dos
primeros casos están asociados con sentimientos de insuficiencia en niños y
adolescentes. El estilo hostil está asociado también directamente con el
comportamiento antisocial en adolescentes y al consumo excesivo de alcohol. La
disciplina incoherente genera un bajo autoconcepto, pesimismo y desesperanza,
como producto de la percepción que el ambiente es imprevisible.
Un aspecto
presente en estos estilos desadaptativos es la confusión por parte de los
padres entre comportamiento e identidad: “comportarse de determinada manera” y
“ser de una manera”. Puedo hacer tonterías de vez en cuando, pero NO SOY tonto.
3. Estilo
Indiferente. Al niño se le da tan poco como se le exige. Son padres bajos
tanto en control y exigencias de madurez como en comunicación y afecto. Hay
escasa intensidad en los apegos y relativa indiferencia respecto a las
conductas del niño.
4. Estilo democrático. Los padres
intentan dirigir las actividades del hijo de manera racional y orientado al
problema y, sobretodo, a la solución. Parten de una aceptación de los derechos
y deberes de los hijos. La comunicación con los hijos es frecuente y abierta.
A excepción del estilo
democrático, en los otros estilos los chicos van generándose el sentimiento de
que algo está mal en ellos, “que son malos”, “culpables”, a partir de:
- ü La crítica constante de los padres (y los pocos reconocimientos).
- ü La inconsistencia los castigos, pues como a veces son castigados y otras no, a veces reciben un “perdón” pronto ante un gran error y otras el castigo se maximiza ante algo insignificante, se genera una confusión que refuerza la idea de que es uno quien es malo por naturaleza.
- ü La vinculación entre corrección y enojo o el rechazo parental.
Fíjese que la palabra castigo se
asocia con la identidad: se castiga a los malos, a los pecadores; y la
corrección está vinculada al comportamiento, se corrigen conductas. Por ello,
la aplicación de correctivos a los hijos requiere en primer lugar distinguir
entre comportamiento e identidad. Si logro hacer tal distinción el enojo será
menor, pues no es que mi hijo “es” tal cosa, sino que no sabe o no puede aún realizarlo
correctamente. En este caso la frustración que puede surgir en el padre o madre
debe ser aprovechada para centrarse en la solución: ¿qué necesito para ayudar a
mi hijo a que logre sus objetivos?
Los padres deben recordar siempre que
corrigen a sus hijos para su bien futuro, no para evitar sólo problemas
actuales, como suele pasar con los padres que no están el tiempo suficiente con
sus hijos y los atiborran con cosas y satisfacen sus caprichos, y evitan
corregirlos o se lo encargan a otros (colegio, parientes).
Tomado de. Buendía, José (comp.)
(1999). Familia y Psicología de la Salud. Madrid, Pirámide p. 193s. 245-247.