Estos niños autistas secundarios tienen una armadura, una piel espesa (próxima de la segunda piel de Bick -1968- y que Reich llamaba coraza muscular), un Yo- crustáceo (es decir, una caparazón rígida que reemplaza a la piel) con un para-excitación (defensa ante los estímulos) vuelto hacia el exterior, pero no tienen una piel interna. Buscan la envoltura corporal y relacional en la agitación psicomotriz; andan, corren, vocalizan sin parar, introducen el desorden en los objetos que los adultos ordenan, se imponen a sus madres de forma parasitaria, chillando en cuanto ellas ponen cara de alejarse, dan vueltas sobre sí mismos, destrozan sus vestidos; rechazan la comunicación indiferentes a las miradas, a las palabras.
La angustia aparece cuando esta defensa psicomotriz está impedida por los neurolépticos o cuando se les ata a la cama. La angustia se manifiesta por automutilaciones: se escalpan, se fracturan el cráneo, se desgarran la piel; la piel es arrancada como órgano de inscripción y de posibles intercambios de signos.
El niño autista secundario se habilita un aspecto de seguridad, proyectando fuera de sí una barrera de agitación infranqueable. Adquiere la distinción animado/inaminado, dentro/fuera. Tiene una barrera protectora, pero no una superficie envolvente, ni una interfaz. Funciona según la posición esquizo-paranoide, pero con mecanismos de defensa corporales que aún no son los psíquicos de la escisión, proyección, negación, etc. El yo-piel táctil es rechazado. Se puede entrar en contacto con el niño por medio de la instalación de una envoltura sonora: por la voz cantada, por la música, por el eco de sus gritos (aunque sean perforantes y perturbantes) y de sus vocalizaciones.
En el autismo secundario regresivo el niño ha adquirido una piel psíquica fina: de aquí la hipersensibilidad que oculta bajo la confusión y el desorden.
En la esquizofrenia infantil, madre y niño están envueltos juntos, según una relación de inclusión recíproca: existe una envoltura psíquica, pero construida sobre el modelo de una fantasía intrauterina que no constituye aún una interfaz común que separa y une a la madre y el niño.
Pasemos a la patología más grave y más arcaica (sus manifestaciones son todas anteriores a la edad de seis meses). En el autismo primario anormal el cuerpo es blando, fofo, amiboide, hipotónico. De ello resulta un Yo-pulpo. Ni la piel ni el Yo llenan la función de mantenimiento ni de sostenimiento. El niño está tranquilo, inmóvil durante horas, indiferente, pasivo, ausente, rehuye las miradas, pero observa de rabillo disimuladamente. Si se le solicita demasiado o si hay un ligero cambio del marco y de las costumbres reacciona con furor o con una terrible angustia. Sentado, se balancea durante horas, hacia adelante y hacia atrás, con ritmo lento. No reacciona a las señales sonoras. Es indiferente a las manipulaciones corporales y al dolor. Pero un ruido ligero, no esperado, un simple rozamiento táctil, puede provocar reacciones de agitación y de chillidos.
No existe ni envoltura táctil ni sonora. La envoltura visual está esbozada. El para-excitación se encuentra en el aislamiento y el retraimiento. El autobalanceo rítmico puede que proporcione una envoltura postural auto-erótica. Estos niños conservan la posición fetal; están inmóviles y requieren la inmutabilidad del entorno; parece que su cuerpo se sumerge en el regazo materno. Todo el cuerpo (y todo el psiquismo) está replegado sobre sí para tejer la piel y prorrogar la envoltura intrauterina. La persona que le cura está englobada en este universo, se siente transparente, manipulada como un objeto inanimado, inmersa en la embriaguez de las profundidades. Su separación lleva consigo el hundimiento del niño.
Su desesperanza es profunda. Se manifiesta con el furor, la automutilación, que afecta a la cabeza, los ojos, la piel: todo aquello en lo que podía apoyarse un Yo-piel es atacado.
La ausencia del Yo-piel proporciona trastornos de todas las funciones: limpieza, alimentación (a veces ausencia de búsqueda del mamelón) y sueño. La distinción animado-inanimado no ha sido adquirida. Los autistas primarios "juegan" de forma estereotipada, pero sin duda por placer autoerótico, con sus manos, pies, vestidos, con cuerdas o ramillas, con trozos ásperos de tela, chupan su lengua, la pared de sus mejillas, retienen sus excrementos, hacen pompas con la saliva, manipulan el agua, el barro, la arena, escuchan interminablemente el mismo disco. No acceden al objeto transicional ni a la distinción exterior-interior. Tocan sus órganos sexuales y los de las personas de su entorno.
En resumen, para ellos se trata de:
- prorrogar artificialmente la envoltura intrauterina y así negar el nacimiento;
- rechazar todas las envolturas que la madre y el entorno le proporcionan (táctil, visual, sonora, kinestésica);
- no ejercer las funciones de la piel y de los órganos de los sentidos y no adquirir la representación de un interfaz;
- encontrar el para-excitación en el aislamiento, la inmovilidad del cuerpo, la inmutabilidad del entorno y la inhibición de las funciones.
Anzieu, D. (1998, 1974). El Yo-piel. Madrid: Biblioteca Nueva. p. 245ss
- Bick, E. (1968). L´experience de la peau dans les relations d´objet precoces, en Meltzer, D. y col., 1975, p. 240-244