lunes, 16 de enero de 2017

La actitud del Facilitador (2)

Dice Carl Rogers: En mi opinión, atacar las defensas de una persona implica abrir juicio sobre ella. Si uno dice: “Tú ocultas mucha hostilidad”, o “Te muestras muy intelectual, quizá porque les temes a tus propios sentimientos”, creo que esos juicios y diagnósticos tienen un efecto contrario al de la facilitación. Empero, si lo que percibo como frialdad de la persona me frustra, o me irrita su afán de intelectualizar, o me enfurece su brutalidad hacia otro individuo, entonces quisiera enfrentarla con la frustración, o la irritación, o la cólera que existen en . Considero que esto es muy importante.

Muchas veces, cuando enfrento de esta manera a alguien, utilizo material muy concreto ofrecido antes por él. “Vuelves a ser ahora lo que antes llamaste el pobre chico del campo”. “Me parece que reincides en lo que antes habías descrito como el niño que desea que lo aprueben a cualquier precio”.

Si una persona se muestra afligida por mi enfrentamiento o el de los demás, estoy muy dispuesto a ayudarla para que salga del aprieto, si así lo desea. “Creo que ya no tienes más ganas de que sigamos con esto. ¿Quieres que te dejemos tranquilo por el momento?”. Lo único que puede servirnos de guía es la respuesta del sujeto, y a veces nos enteramos por ella de que quiere seguir con la realimentación y el enfrentamiento, por penoso que le resulte… (p. 62s)

Si, en determinado momento, me inquieta algo que se relacione con mi vida privada, no rehúso expresarlo en el grupo, pero tengo sobre el particular algo así como cierta conciencia profesional, pues siento que si se me paga para que cumpla la misión de facilitador, debo solucionar mis problemas graves consultado a mis colaboradores, o a algún terapeuta, y no ocupar con ellos el tiempo del grupo… Si no me siento libre para expresar mis problemas personales, esto acarrea dos lamentables consecuencias. En primer lugar, no escucho a los demás en la forma más adecuada. En segundo lugar, diversas experiencias me han enseñado que los miembros del grupo tienden a percibir mi intranquilidad, y piensan que, en cierto modo, son ellos quienes la han provocado… (p. 63s)


Formulo escasos comentarios respecto al proceso grupal, ya que estos tienden a hacer que el grupo se sienta molesto, aminoran su movimiento y dan a los miembros la sensación de que son objeto de escrutinio. Además, tales comentarios implican que no los veo como personas, sino como una especie de conglomerado, y no es en esa forma que quiero estar con ellos. Si se efectúan comentarios de esa naturaleza, es mejor que provengan espontáneamente de algún integrante. Abrigo la misma opinión en cuanto a los comentarios sobre el proceso de cada individuo… (p. 65)

Aprendí que los miembros de un grupo son tan terapéuticos como yo mismo-o aún más- cuando surge en él una situación muy grave, en la cual un individuo manifiesta una conducta psicótica o actúa en forma extraña. De vez en cuando el profesional cae en la trampa de los rótulos y piensa, por ejemplo: “¡Esta es una conducta sin duda paranoide!”. Tiende así a establecer cierta distancia y tratar a la persona como si fuera más bien un objeto. Sin embargo, los miembros del grupo, más ingenuos, continúan relacionándose con el individuo perturbado como persona, y, de acuerdo con mi experiencia, esto es mucho más terapéutico. Por consiguiente, en aquellas situaciones en las que un miembro muestra una conducta a todas luces patológica, confío en la sabiduría del grupo más que en la mía propia y, con frecuencia, quedo profundamente sorprendido por la capacidad terapéutica de sus integrantes. Esto nos induce a ser humildes y es, al mismo tiempo, alentador, ya que nos permite comprender el increíble potencial de ayuda que posee la persona común, carente de una formación especial, cuando se siente en libertad de utilizarlo… (p. 66)

Hay facilitadores que juzgan el éxito o fracaso de un grupo por sus aspectos dramáticos; el número de personas que han llorado, o las que han tenido ganas de vomitar. En mi opinión, esto lleva a una evaluación espuria… (p. 75)

No acojo con beneplácito a los facilitadores que interpretan con frecuencia los motivos o causas de la conducta de los miembros del grupo. Si sus interpretaciones no son exactas, a nadie han de servir; si son muy acertadas, quizá despierten una exactitud demasiado defensiva, o, lo que es peor aún, despojen a la persona de sus defensas, haciéndola vulnerable e hiriendo acaso sus fibras más íntimas, en especial cuando han finalizado las sesiones. Declaraciones de esta naturaleza: “Tú tienes, sin duda, mucha hostilidad latente”, o “Pienso que estás compensando tu carencia esencial de masculinidad”, pueden enquistarse durante meses en el individuo, provocándole una gran falta de confianza en su capacidad para comprenderse a sí mismo… (p. 75s)

Permítaseme aclarar que en cualquier participante del grupo no considero objetable ninguna de las condiciones que he mencionado cuando ellas surgen. El individuo manipulador, o que interpreta en exceso, o que se encuentra siempre dispuesto a atacar, o que se mantiene en un aislamiento emocional, será manejado por los propios miembros del grupo. No tendrán reparos en impedir que persistan esos comportamientos. Pero cuando es el facilitador quien manifiesta esas conductas, tiende a establecer una norma para el grupo, antes de que los miembros hayan aprendido que pueden oponérsele y tratar con él del mismo modo como lo hacen entre sí. (p. 76)

Extracto tomado de:
Rogers, C. (1984). Grupos de encuentro. Bs. As.: Amorrortu, p. 62-76