La expresión de la devoción, de implorar al cielo, de orar, de rogar, de comunicarse con lo divino, de confiar en la Vida, tendría sus raíces en la primera experiencia maravillosa: el mamar del bebé. Charles Darwin, en La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, refiere que (en adelante cito a Rivera)*: "la devoción se expresa sobretodo dirigiendo la cara hacia los cielos, con los globos oculares vueltos hacia arriba." Luego correlaciona esta descripción con lo observado en el lactante: "En los niños de pecho, mientras succionan la teta de la madre, este movimiento de los globos oculares les confiere un aspecto absurdo de placentero éxtasis". Me parece que Darwin escribe el vocablo absurdo a manera de conjuro contra algunos lectores prejuiciosos que podrían hacer anatema de lo lujurioso que resulta el "placentero éxtasis" (...).
Esta observación de Darwin es interesante. Nos ubica en posición de notar lo sagrado de la relación madre-niño en lo profano de la alimentación diaria. Para el niño no se ha operado aún la dicotomía cultural entre los estados de gracia y lo manipulatorio ambiental, la disociación sagrado/profano; tampoco la dicotomía entre el amor y el placer, ni la disociación entre lo místico y lo sensual. Sus vivencias son totales y biocéntricas. Sigamos con el biólogo inglés.
"Dado que los ojos están a menudo vueltos hacia arriba en la oración, sin que la mente esté absorta en el pensamiento como para aproximarse a la inconsciencia o al sueño, es probable que el movimiento sea convencional, es decir, resultado de la creencia común de que los cielos, la fuente del poder divino al que imploramos, está situado por encima de nosotros."
Virgen de la leche. Anónimo. 1501 -1525 |
Hasta aquí hemos seguido a Rivera, en su comentario a Darwin. La expresión de la devoción tendría sus raíces en ese estado aún fusional durante el cual el bebé se alimenta, se siente acogido y cuidado, se halla cómodo sintiendo ese agradable calor y olor que lo envuelve, junto a la escucha monótona y rítmica de esos latidos del corazón que le acompañaron nueve meses en su anterior estancia. ¡Qué importante entonces encontrar esa mirada numinosa y especular al mismo tiempo! Por el contrario, esa madre cuyos ojos están distraídos o abstraídos cuanto vacío va creando...
Viene a mi cabeza la voz del salmista: "Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio?..." (Salmo 121). Mirar arriba con confianza, con "temor de Dios", se le llama en la Biblia, temor no entendido como miedo, sino entendido como respeto y confianza en lo numinoso, en lo grandísimo. ¿Acaso mamá y papá no son grandísimos para el pequeño? Ellos prefiguran a la imagen de Dios o de lo divino. Esos dioses, mamá y papá, también pueden convertirse en fuente de miedo, de peligro, y nuestro acceso a la divinidad, a su vez, se teñirá de esta influencia. Entonces nuestra devoción será supersticiosa, llena de culpa y miedo y nuestra oración lo reflejará, con los ojos puestos en el piso, pues quien si no el avergonzado, el que se siente poca cosa, el que se cree merecedor de todos los castigos, es quien mira abajo, al infierno de sus pesares.
Dichoso en el que se encuentra en la mirada de su madre, primero; de su padre, después; y de cada prójimo en el resto de su vida.
Rivera Feijoo, Francisco (1994). Profanos y Divinos. Lima: Escuela Peruana de Biodanza, pp. 75s.