La Psicología Clínica tuvo como uno de sus orígenes el empleo de las pruebas de inteligencia, usadas masivamente en la clasificación del personal militar estadounidense. El psicometrista norteamericano de 1930 generalmente era una doctora en Psicología, aunque podía ser una magister en psicometría. Eran estudios predominantemente prácticos, con un promedio de seis años de duración, que solían incluir pruebas de inteligencia y algunas de personalidad. Quizá haya que recalcar aquí que los sistemas educativos universitarios de U.S.A., de Europa y de Latinoamérica suelen ser "algo" diferentes en forma y concepción.
En ese entonces el campo psicológico estaba dominado por los médicos, y ejercían una influencia importante las trabajadoras sociales, siendo los primeros quienes muchas veces prescribían, administraban e interpretaban las pruebas, bajo auspicio de la ley. Incluso mientras escribo esto, me da la impresión que aún algunos no han clarificado las responsabilidades profesionales, al permitir que docentes, técnicos, ingenieros y, un largo etc., hagan uso de pruebas psicológicas (intrusismo).
Con ese panorama en el ámbito hospitalario, paralelamente en el ámbito educativo los psicólogos tuvieron mayor libertad para desenvolverse, aplicando tests para aportar a la orientación vocacional y el desempeño. Entonces, se juntó la la labor experimental de validación de las pruebas y la experiencia en la orientación que, poco a poco, se fue nutriendo con la aplicación de las nacientes escuelas psicoterapéuticas. Por otro lado, la psicología infantil fue creciendo, de la mano de la modificación de la conducta.
La psicología, hasta ese entonces, tan de la mano de la filosofía, se fue desligando de ésta y adquiriendo su propio perfil, incorporando definitivamente la experimentación, la fisiología, la estadística y los estudios comparativos, delineando así una psicología clínica de carácter menos filosófico y más científico (aunque, debo decir, echo en falta que haya tan poca filosofía actualmente).
Si la I Guerra Mundial impulsó el desarrolló de los test de inteligencia, la II Guerra Mundial dio el espaldarazo a la psicología clínica al requerir de ella la selección por personalidad, la mejoría del rendimiento y la intervención por los efectos del combate ("neurosis de guerra", "síndrome de la bala de cañón", etc.). Los conocimientos acumulados y esta experiencia con los combatientes hicieron que los clínicos se ganaran un espacio entre la población general.
Parte de ello fue debido a la Secretaría de Salubridad (ministerio de salud), que estableció un programa de becas de entrenamiento a estudiantes de psicología. Pero fue la Asociación de Veteranos de Guerra de EE. UU. la que ha tenido un papel determinante, pues ante la necesidad de psicólogos entrenados, la asociación también tomó la responsabilidad de apoyar a estudiantes de psicología clínica bajo convenio con las universidades, previa acreditación por la Asociación Psicológica Americana (APA). Lo que condujo a un efecto dominó: las universidades iniciaron procesos de autoevaluación, de mejora académica y de actualización de los currículos, se contrataron más profesores y se mejoraron los honorarios. Otras instituciones estatales y privadas también aumentaron sus requerimientos de psicólogos.
Este nuevo panorama condujo a la Conferencia de Boulder, Colorado (1949), destinada a sistematizar el entrenamiento a los clínicos. En ella participaron 71 personas, la mayoría psicólogos, pero también trabajadoras sociales, psiquiatras y enfermeras psiquiátricas, reunidas en pequeños grupos de trabajo por catorce días. La conferencia llegó a conclusiones en diferentes áreas: entrenamiento, formación docente, selección de estudiantes, ética, relaciones con otras profesiones, etc. Aquí se plasmó el perfil del psicólogo clínico como alguien que debe tener una formación tanto en intervención como de carácter científico. Desde aquella época ya surgió la discusión de lo apropiado de dicho perfil, pues difieren los intereses académico-científicos de los intereses prácticos-terapéuticos. Un tema vigente, aunque poco o nada discutido, y que se trasluce en el sólo reconocimiento de programas de maestría (área académica-investigación) y no de las formaciones psicoterapéuticas (área profesional-práctica). Y algo que ya preocupaba hace más de 40 años: los magísteres no hacen más investigaciones después de su tesis.
En 1965 se realizó una segunda conferencia en la ciudad de Chicago, que configuró una nueva perspectiva en desarrollo: la clínica - comunitaria. También se recomendó que las facultades contrataran psicólogos dedicados a la práctica clínica, con una paga adecuada, de modo que sirvieran de modelo a los estudiantes (en contraste con los psicólogos-docentes, con bajo nivel de práctica real cotidiana). Otra recomendación de la Conferencia fue el desarrollo de clínicas psicológicas docentes, que si bien en ese momento respondía a una mayor autonomía de la profesión respecto a médicos y trabajadores sociales, también ha provocado un distanciamiento del trabajo multidisciplinario y una psicologización de problemáticas multifactoriales (un ejemplo lastimoso es el de algunos profesores de escuela, que han encontrado en la psicologización un argumento para no asumir su rol de liderazgo, derivando a los "niños-problema" sin buscar alternativas pedagógicas antes).
Tanto la conferencia de Boulder como la de Chicago han estado a favor de una formación ecléctica y de solidez en el área de los conocimientos básicos, de modo que se reciben habilidades técnicas con su respectivo sustento teórico.
Referencias:
Hathaway, Starke (1967). El entrenamiento académico de los psicólogos clínicos en los Estados Unidos. En: Aportaciones de la Psicología a la Investigación Transcultural. México: Trillas.
Landa, Patricia (1998). Algunas consideraciones acerca del qué y el cómo de la psicología conductual aplicada. Rev. electrónica de psicología Iztacala. Vol 1 No. 2, Noviembre. Tomado de: http://www.iztacala.unam.mx/carreras/psicologia/psiclin/numerodos/queycomo.html