sábado, 8 de agosto de 2015

Pasión, Arrogancia, y Humildad en la Ciencia

...(Newton) vio caer la manzana y, por deducción, se preguntó "¿Por qué no cae la Luna?" Su respuesta fue que la Luna está cayendo y que, en realidad, debido a que toda la materia es básicamente de la misma naturaleza, cada cuerpo libre semejante está cayendo hacia todos los demás, implicando esto una fuerza universal o atracción gravitacional similar a la experimentada en la superficie de la Tierra.
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Esto parece bastante obvio ahora, pero en el contexto de aquellos días, la capacidad de Newton de tener una percepción de esta clase indicaba cierta cualidad de genio... Esta cualidad contenía de modo esencial un interés intenso en cuestionar lo que es comúnmente aceptado, lo cual equivale a una verdadera pasión.

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De la misma manera sorprendente es que Newton respondió a su pregunta "¿Por qué no cae la Luna?" al decir que está cayendo, Einstein respondió a su pregunta "¿Qué le ocurriría a un observador que viajara a la velocidad de la luz?", diciendo que ningún objeto material puede jamás alcanzar ni exceder la velocidad de la luz.

Los que conocieron a Einstein estarán de acuerdo en que su trabajo estaba impregnado de una gran pasión. Fue la percepción que se desarrolló a partir de una pasión semejante la que hizo posible la disolución de las barreras mentales contenidas en el estado anterior del conocimiento. En el caso de la relatividad espacial, una de las barreras principales era la noción de que, como toda la estructura del pensamiento de Newton sobre el tema había funcionado tan bien durante varios siglos, constituía una verdad absoluta.

Pocos científicos poseían la energía de mente necesaria para cuestionar ideas de tan enorme prestigio; sin embargo, Einstein no tenía, al hacerlo, la intención de desacreditar a Newton. Antes bien, dijo que si veía más lejos que Newton era porque estaba parado sobre los hombros de Newton. El propio Newton reveló una humildad similar cuando dijo que se sentía como alguien que, caminando por las riberas del océano inmenso de la verdad, había recogido unos cuantos guijarros que parecían particularmente interesantes. Sin embargo, quienes lo seguían, generalmente consideraban que estos "guijarros" eran verdades absolutas.

El punto esencial aquí es que, tras un largo período de aplicación con éxito, el conocimiento científico común de un período particular tiende a adquirir cierto orgullo o engreimiento, consecuencia inseparable de la presuposición de que ese conocimiento es una verdad absoluta. Como todas las demás presuposiciones, ésta actúa de manera mayormente inconsciente. Lo que esta presuposición hace es inclinar a las personas que la sostienen a comportarse con lo que es, en esencia, una especie de arrogancia. Pero, desde luego, a quienes están atrapados en este proceso, lo que hacen no les parece arrogancia, sino meramente la afirmación de la verdad absoluta de las ideas, hecha con una firmeza completamente adecuada a tal verdad absoluta. Es la inmensa energía del discernimiento la que puede disolver una arrogancia semejante (que constituye, posiblemente, una de las mayores barreras mentales) y producir esa humildad verdadera que requiere la genuina racionalidad. (pp. 64-67)

A menudo, la lógica formal puede ser (al igual que la fantasía imaginativa) tan útil como necesaria. Sin embargo, si seguimos presumiendo que su estructura fija es siempre válida y, por lo tanto, una verdad absoluta, entonces ésta se convertirá en una presuposición con respecto a todo cuanto hacemos desde ese momento en adelante. Una presuposición semejante actúa para determinar la disposición general de la mente, produciendo impulsos, motivaciones y deseos que tienen una cualidad invariable correspondiente al supuesto carácter absoluto de la verdad de nuestras presunciones. Y, como se describió antes, a partir de esto se desarrolla, con respecto a nuevas percepciones, la clase de bloqueos y barreras que hemos estado discutiendo a lo largo de esta conferencia; evidentemente, estos bloqueos son esencialmente iguales tanto para la razón como para la imaginación; en ambos casos, su disolución depende del grado de penetración que el discernimiento tenga en la mente como una totalidad (p. 74).

La educación tendrá que tomar en cuenta toda esta cuestión del discernimiento, (...) que todo ser humano tiene que ser capaz de cuestionar constantemente con gran energía y pasión (como por ejemplo Newton lo hizo), cualquier cosa que no esté clara o que uno sospeche que pueda carecer de sentido.

Esta clase de enfoque se requiere no solamente en el área del contenido particular del conocimiento. También tiene que extenderse a toda nuestra forma de pensar, sentir, obrar y demás.

Por ejemplo, en el nivel personal puede ocurrir algo que nos irrita o nos hace enojar, y esto generalmente lleva a la distorsión y al autoengaño (por ejemplo, o bien racionalizamos para justificar nuestro enojo, o rehusamos reconocer que estamos enojados y decimos. "No estoy enojado"). Uno tiene que cuestionar incansablemente sus propias incoherencias y, de este modo, darse cuenta del pensamiento de necesidad absoluta (por ejemplo, el de mantener intacta la propia imagen) que es generalmente el origen de tales absurdos.

O, en el contexto público, un científico tiene que darse cuenta, por ejemplo, de que su conocimiento no está generalmente libre de todos los valores que no sean los de la verdad objetiva. Así, puede estar condicionado por el sentido de valor supremo que probablemente tiene con respecto a su seguridad o a su estatus personales, así como por su compromiso con la manera general de pensar que comparte su comunidad científica. Evidentemente, las presiones de este tipo, inherentes al hecho de pertenecer a una institución, no son compatibles con la noción de que la verdad objetiva es el valor supremo para un científico. Por ejemplo, puedo recordar haber leído en un diario el informe de un científico que trabajaba para un establecimiento de energía atómica, quien decía que, aun cuando había realmente serios peligros en lo que se estaba haciendo, sus colegas se hallaban evaluando los experimentos de manera tal que les permitiera llegar a la conclusión de que el peligro no ser serio. Es evidente, entonces, que tal como sucede con la gente en general, un científico puede caer fácilmente en el desliz de permitir que sus valores se basen en el engaño de sí mismo y, al hacer esto, puede además engañarse suponiendo que, al menos en su trabajo científico, su único valor es la verdad objetiva.

(...) Como Krishnamurti lo ha destacado, para enfrentarse apropiadamente a este reto, uno debe ser capaz de cuestionarse a sí mismo en todas las áreas de sus actividad (p. 88s)

Extraído de:
Bohm, D. (1993). Discernimiento, conocimiento, ciencia y valores humanos. En: Dentro de la mente, Bs. As.: Kier,