El bebé siente el primer abrazo después de nacer, cuando su
madre lo recibe en los brazos. Su necesidad es quedarse así junto a ella el
mayor tiempo posible. Comparado con el resto de los mamíferos, el infante
humano nace fisiológicamente prematuro y es el que más depende de la madre para
sobrevivir. Por esta razón necesita
seguir junto a ella en una especie de embarazo externo, y que la madre lo
mantenga abrazado o cargado el mayor tiempo posible. Su necesidad esencial como
recién nacido es continuar unido o pegado al cuerpo de su madre.
Las madres de culturas indígenas o de la población rural de
nuestro país [México] satisfacen de forma instintiva esta necesidad. Por medio
del rebozo proporcionan al hijo recién nacido una situación muy parecida a la experiencia
intrauterina: sentiré apretado en un espacio reducido y estar unido al cuerpo
de la madre, oyendo los latidos de su corazón, sintiendo su ritmo y movimiento.
Todas estas sensaciones recuerdan al bebé su estancia dentro de la madre y por lo
tanto le dan confianza y seguridad.
Esta convivencia de intensa cercanía entre la madre y su
hijo favorece profundamente su vinculación. Es necesario que el niño la perciba con todos los sentidos y, sobre
todo, que pueda descubrirla y sentirla. Mediante esta cercanía física el niño
comienza a tener experiencias de índole corporal, sensorial, emocional y
mental, que serán básicas para el desarrollo de su personalidad. En los grupos
o culturas primitivas no se cuestiona si esto es adecuado o no para los niños;
simplemente… se lleva a cabo desde hace milenios.
Desgraciadamente en nuestra sociedad “civilizada” no existe
esta costumbre; los niños no son cargados con rebozo, porque no se adapta al
tipo de vida de las madres que viven en las ciudades y porque los especialistas
que las madres tienen cerca, como el pediatra y la educadora, no les aconsejan
ni explican la importancia de tener a sus hijos pequeños pegados al cuerpo. Aunado
a esto, los niños con frecuencia son mandados al jardín de niños antes de cumplir
los dos años, es decir, en plena etapa de vinculación, y ante su llanto la
madre es apaciguada con el argumento de que el niño se tranquilizará en cuanto
ella se haya ido. Pero, si pudiera, el niño le pediría: “Por favor, no me
dejes, pues cada mañana se me abre la herida de la separación. Todavía no estoy
listo para separarme de ti.”
[Si no queda otra alternativa, la solución] sería que el tiempo que le quedara libre [a la madre] lo pegara a su cuerpo con ayuda de un rebozo. (p. 28)
En las sociedades llamadas “civilizadas”, los niños
frecuentemente son separados de su madre en forma prematura. Por ello el abrazo
original entre madre e hijo no puede llevarse a cabo. Esta carencia afectiva
puede sentirse de manera todavía más intensa en los siguientes casos:
- Hospitalización del recién nacido.
- Estancia en la incubadora.
- Conflictos de la madre que no le permiten disfrutar plenamente de su bebé.
- La ayuda de una enfermera que interfiere entre ambos.
- Separación prematura por el trabajo de ella.
- Viajes de los padres, etc.
Podemos decir entonces que al niño le faltó más contacto con
el cuerpo de la madre.
En estos casos la vinculación madre-hijo fue afectada,
lastimada o interrumpida y a raíz de ello surgieron trastornos en el niño que
luego se volvieron crónicos; es entonces cuando debe introducirse el abrazo en
forma de terapia.
El primer objetivo de este abrazo terapéutico es restablecer
o curar la vinculación deficiente o herida, dada la importancia y trascendencia
de esta primera relación en nuestra vida.
Cuando un niño crece sin satisfacer esa necesidad, no sólo
la relación entre el hijo y madre resulta deficiente y enferma, sino que el
niño pasará el resto de su vida buscando el abrazo o la cercanía que le faltó.
Tomado de:
Rincón, L. (2009). El abrazo
que lleva al amor. México: Prekop, pp. 14ss