Vino a verme una mujer de 19 años que presentaba temblores
de la mano derecha. Se trataba de un temblor incontrolable e intermitente, que había
persistido durante un año de tratamiento y que los exámenes neurológicos no
explicaban. Me la remitieron para que yo curara su síntoma mediante hipnosis,
mientras el psiquiatra seguía trabajando con las raíces del síntoma en su
niñez, todo lo cual configuraba un curioso arreglo que yo, en aquel tiempo, a
veces aceptaba. Le pregunté a la joven sobre lo que sucedería si el síntoma se
agravaba. Dijo que perdería su trabajo, porque tenía dificultades cada vez
mayores incluso para sostener un lápiz y escribir. Le pregunté qué ocurriría si
perdía el trabajo. Contestó que entonces su marido tendría que trabajar. Esto me ayudó
a pensar que el síntoma era interpersonal, aspecto que yo estudiaba en ese
preciso momento. Supe que se había casado poco tiempo atrás y que el marido
no lograba decidirse por ir a la escuela o ir a trabajar. Entretanto, ella
lo mantenía.
El síntoma podía ser entendido como un problema de la pareja. Sin embargo,
al conversar sobre ese matrimonio, comprobé que el problema podía definirse en
función de una unidad más amplia. Sus padres se habían opuesto al casamiento
y seguían haciéndolo, pues no aprobaban al joven. La madre telefoneaba a diario
para preguntarle si ella regresaría a casa de ellos ese día. Ella le subrayaba a
la madre que ahora estaba casada y tenía su propio departamento. La madre
respondía: “Eso no va a durar”. Y seguía llamándola, para animarla a abandonar a
su marido y volver a casa de sus progenitores. Me pareció que la mano
temblorosa y el comportamiento del marido no podrían explicarse al margen del
panorama familiar. El marido parecía convencido de que nunca conseguiría
contentar a los padres de ella por más que lo intentara. Si optaban por
trabajar, el empleo no era lo bastante bueno para la hija. Si decidía ir a la
escuela, le replicaban que ella se veía obligada a trabajar para pagarle los
estudios. En consecuencia, se encontraba imposibilitado de hacer nada.
Apliqué en este caso una variedad de recursos terapéuticos,
con buen resultado. La mano dejó de temblar, el marido empezó a trabajar y los
suegros comenzaron a ayudar al matrimonio. Sin embargo, durante la época en
que me felicitaba a mí mismo por este éxito, no pude pasar por alto otro cambio
que se había operado durante la terapia. La joven había quedado embarazada. En tales
circunstancias, iba a verse obligada a dejar su trabajo, de modo que el marido
fue a trabajar para mantenerla. Los progenitores, que la querían de vuelta en
casa, no la querían de vuelta con un bebé. Empezaron a ayudar a la pareja. El síntoma
desapareció. Como por entonces ella se encontraba en terapia, el mérito fue
atribuido a ésta, y el número de pacientes que me eran remitidos aumentó. No obstante,
creo que el cambio sobrevenido en la joven bien hubiese podido producirse
estando ella en la lista de espera.
Este caso, así como otros, me ayudaron a abandonar el concepto que los síntomas están profundamente arraigados en el individuo y a considerarlos adaptativos a un sistema social.
[N. del E.: También es posible que la intervención terapéutica haya gatillado la solución del embarazo, sin proponérselo el terapeuta].
Tomado de:
Haley, J. (1972). Las tácticas de poder de Jesucristo y otros ensayos. Buenos Aires. Tiempo Contemporáneo, p. 137ss..