Hablar de "Animal Humano" suele generar reacciones negativas en muchas personas. Es como si reconocer que formamos parte de los homínidos, de los mamíferos, de la escala de la Vida, nos rebajara. Como si reconocer nuestra animalidad negara nuestras capacidades y potencialidades. La historia del Génesis en cambio, nos muestra nuestra procedencia, al señalar que el ser humano fue creado al final (es decir, que es el último eslabón de la evolución), y que vivió una época en la que estaba en comunión con la naturaleza (Edén, sin conciencia del bien y del mal, es decir de la moral). Y en un momento de su desarrollo empezó a valorar en exceso el intelecto (representada por la serpiente bíblica, el conocimento intelectual) introduciendo la moral (árbol del bien y del mal) y alejándolo de su sentir biológico. Jehová representa a la conciencia biológica de sí: ¿por qué se esconden? ¿qué temen? ¿por qué estáis avergonzados? -les dice (el ser humano y sus mecanismos de defensa). Volver a Edén implica poner el intelecto al servicio de nuestro Ser Biológico, representado por Jesús (Jehová en la Tierra). Un Maestro, cuya sabiduría no es intelectual, sino nutrida en las cosas básicas de la Vida. Dicen de él los fariseos (los intelectuales de la religión judía): ¿éste no es un glotón y un borracho, amigo de prostitutas y cobradores? ¿no es éste el hijo del carpintero?.
Dirá Jesús: "me has reconocido, hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Los dejo con lo que nos dice Wilhelm Reich** sobre el Animal Humano:
"En la construcción de las máquina, el hombre siguió las leyes de la mecánica y de la energía sin vida. El desarrollo de esta técnica era muy alto, mucho antes de que el hombre comenzara a preguntarse cómo estaba construido y organizado él mismo (...). La concepción mecanicista de la vida es una reproducción de la civilización mecanicista. Pero el funcionamiento vivo es fundamentalmente distinto y no mecanicista (pág. 379).
(...)
En el curso de milenios de evolución maquinal, la visión mecanicista de la vida, cuyo efecto se transmite de generación en generación, arraigó profundamente en el sistema biológico de los hombres. Al hacerlo, modificó efectivamente el funcionamiento del hombre en un sentido maquinal. En el proceso de matar su función genital, el hombre se volvió plasmáticamente rígido*. Se armó contra lo natural y lo espontáneo que llevaba dentro de sí, perdió el contacto con la función biológica de la autorregulación y es presa de un profundo temor a lo libremente vivo. (pág. 385)
(...)
Para diferenciarse del reino animal, el animal humano negó en primer término, en el proceso del anquilosamiento biológico, las sensaciones de sus órganos, y finalmente dejó de percibirlas. Aún hoy día sigue siendo un dogma de las ciencias naturales mecanicistas el hecho de que las funciones autónomas no se experimentan y que los nervios vitales son rígidos. Y esto, pese a que todo niño de tres años sabe indicar exactamente que el goce, el miedo, la ira, los anhelos, etc., se dearrollan en el estómago. Esto, pese a que el experimentar el yo no es más que el conjunto de las sensaciones de los órganos (las negritas son mías). Con la pérdida de las sensaciones orgánicas, el hombre no sólo perdió la natural capacidad de reacción e inteligencia del animal, sino que se obstruyó a sí mismo el camino para dominar sus problemas vitales; sustituyó la inteligencia natural autorregulatoria del plasma corporal por un gnomo en el cerebro. (pág. 387)
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* Cursivas en el original.
**Psicología de masas del fascismo. pp. 385 y 387. Ed. Bruguera, Barcelona. 1980, 1933.