Acompañamos sin temor a la persona, en sus miedos, delirios o alucinaciones, con el fin de quitarles dramátismo. También proponemos una amplificación del sentimiento, sea cual sea: cólera, angustia, dolor, etc., pero en un clima general de profunda seguridad y materialmente en un encuadre protegido.
No dudamos en hacer representar su locura al paciente, caricaturizándola si es necesario. Se trata, en suma, de exorcisarla y domesticarla mostrándola, hablando, hablando de ella, haciéndola hablar, por turno, más que temerla o tratar en vano de reprimirla o de esconderla.
Con los psicóticos alternamos con frecuencia, en ida y vuelta, el trabajo en lo imaginario (a través del juego dramático, del dibujo, de la creatividad, de las metáforas verbales) y la confrontación con la situación real actual: relación con el o los terapeutas así como eventualmente con los miembros del grupo.
Insistimos mucho en las fronteras, fronteras corporales y fronteras sociales (las prohibiciones, tales como los pasajes al acto violentos), buscando definir mejor los territorios y los límites, ampliarlos sin abolirlos. Desde esta óptica, precisamos los lugares y los tiempos de trabajo y buscamos explícitamente con cada uno la mejor distancia en este instante, y probamos diferentes posiciones corporales entre nosotros, en la inmovilidad frente a frente, en la complicidad, de lado a lado, en el movimiento o en el contacto prudente, dejando el máximo de iniciativa al psicótico, que vive con frecuencia en la angustia de la violación de su burbuja espacial de protección.
Escena de "Atrapado sin salida", con Jack Nicholson |
Nosotros intervenimos frecuentemente para volver a centrar a la persona, evitando que se disperse tratando de seguir varias pistas a la vez, y lo empujamos cada vez, a escoger y tomar decisiones lo más responsablemente posible.
Permitimos la regresión (en un clima cálido de seguridad), pero también la agresión (en un marco protegido y desdramatizado).
A fin de cuentas no hacemos más que aprovechar las técnicas tradicionales pero esto en un clima relacional específico.
Citando al psicoanalista P. C. Racamier, acerca del abordaje a psicóticos (y también válido en general):
El analista no esconde su identidad, lo que es, lo que siente (...). Así, si en general la "ausencia" es una virtud analítica, aquí lo es la "presencia".
(...) Reconoce francamente sus errores y defectos, dice si se equivocó, da explicaciones si llega tarde, se excusa si le faltó poner atención (...). En efecto, la sinceridad aparece como una de las exigencias naturales y fundamentales de la psicoterapia analítica de la psicosis (...): El analista está personal y humanamente comprometido e implicado; si lo quiere o no, tiene alguien a cargo (...). El analista es más activo y más cálido que de costumbre. Por otro lado, le corresponde mantener los límites con firmeza (...). Debe casi siempre abandonar la consigna del silencio espectador y también el rigor de los horarios; responde a las preguntas que se le hacen (...)
La actitud psicoterapéutica será la del maternaje. En un segundo momento será el sostén de tipo paternal. Un buen padre defiende. Defiende en el doble sentido de la palabra, es decir, tanto del mundo exterior como de sí mismo.
La "Realización simbólica" (Séchehaye) es una psicoterapia que se dirige directamente a las necesidades, a las frustraciones que el paciente ha tenido en su primera infancia, para colmarlas y satisfacerlas en el plan presimbólico mágico y concreto.
Es importante comprender que, en el período de maternaje, el paciente para nada es llamado a revivir experiencias pasadas; la experiencia que vive durante las sesiones son válidas en sí mismas como una primera vez (...). No se trata de una relación transferencial. El psicótico, de hecho, vive en una situación para él actual y atemporal.
Condensado de:
Ginger, S. Ginger A. (1993). La Gestalt. Una terapia de contacto. México: Manual Moderno, p. 267ss